Es sabido que si no hay consecuencias de los actos, sino hay reacción ante un acto reprochable, los mismos se van a repetir.
La impunidad retroalimento estos actos, y la corrupción es claramente un acto reprochable.
Así pues el caso de la liberación de Lazar Báez, es un ejemplo de esto. Pero no es en si el problema de su liberación, que pasado más de 4 años con prisión preventiva, el acto delictivo incluso podría ser mantenerlo en esa situación.
Sino más bien la falta de eficacia y eficiencia de los operadores judiciales de impartir justicia.
Es que en efecto, estos empleados o funcionarios públicos, lejos de ser eficaces su labor cuenta con indicadores realmente deplorables.
Según un reciente artículo menos del 1% de las causas de corrupción que llegan a Comodoro Py (Justicia Federal) reciben una condena. Y solamente el 2% de los casos investigados vinculados a actos de corrupción llegan a juicio oral.
¿Que mensaje está dando la justicia?
El ex ministro de justicia hace unos años manifestó que el nivel de impunidad en la argentina es del 99%.
Estos datos son ciertamente alarmantes y preocupantes, haciendo pensar cual es la razón de semejante nivel de ineficacia. Es común que los jueces luego vayan a echar culpas a otros, que las leyes son malas, que la policía actúa mal, que tal papel le falto una letra. Pero lo cierto que su función principal, impartir justicia, lejos está de ser cumplida.
Así pues se cumple el cuento del anillo descripto en la nota de opinión de Guyot, Un duro golpe al relato, y la justicia por acción, omisión, complicidad o conveniencia termina siendo cómplice de la corrupción generalizada en la República Argentina.
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